Por José Vicente Carrasquero A.
A lo largo de mi existencia me ha tocado vivir todas las crisis económicas que ha sufrido Venezuela desde el lúgubre viernes negro que nos sorprendió el 18 de febrero de 1983 hasta la fecha. En realidad, podemos decir que hemos vivido una crisis constante que se debe a la creencia de las clases políticas de que el Estado es lo suficientemente fuerte como para monopolizar el suministro de dólares necesarios para el funcionamiento de una sociedad cada vez más compleja y con más habitantes.
Quienes gobiernan en nombre de la revolución no se han comportado de manera diferente. Hemos sido retrotraídos a los años treinta del siglo veinte. Venezuela es totalmente dependiente del negocio petrolero. Quienes ejercen el poder se emborracharon con los elevados precios del petróleo. Fue de tal magnitud la pea que el nefasto ministro Jorge Giordani llegó a decir que Venezuela tenía todos los dólares que necesita. Esto no lo diría ni por asomo el ministro de finanzas de Brasil o el de Arabia Saudita, con 15 y 40 veces más reservas internacionales que nuestro país respectivamente.
Los nuevos ricos rojos se asumieron más inteligentes y capaces que sus antecesores. Sin poder resolver los problemas que verdaderamente afectan a los venezolanos se hicieron de ocupaciones adicionales como agricultura, supermercados, telefonía, ensamblaje de vehículos, celulares y computadoras, generación y distribución de electricidad. Los resultados están a la vista. No recuerdo un momento de mi vida en el que los venezolanos hayan pasado tanto trabajo como en este momento.
La calidad de vida de los venezolanos se ha venido a pique. Cualquier cosa que una persona común y corriente se proponga es de una dificultad extrema. Cuando se va a un mercado, se enfrentan dos grandes obstáculos. Uno, conseguir lo que se está buscando. La escasez parece ser un problema que regresó para quedarse. Dos, tener dinero para pagar lo que se necesita. El bolívar ha terminado jugando el triste papel de una ficha, tiene el valor de un billetico de monopolio. El deterioro del poder adquisitivo es hoy más evidente que nunca. Cualquier moneda latinoamericana es más fuerte que nuestra divisa.
Si una persona necesita, por la razón que sea, alquilar una vivienda, encontrará una oferta muy escasa y por lo tanto unos precios muy por encima de lo que puede pagar. Ni hablar de comprar una vivienda. Ese mercado fue aniquilado por un gobierno interventor que en su incapacidad no es capaz de evaluar que no debe asumir tareas que al final no podrá cumplir.
Miles de personas peregrinan por ventas de repuestos y chiveras buscando una pieza para su vehículo. El parque automotor venezolano luce vetusto. No hay carros para suplir la demanda. Y no los hay porque el gobierno que dijo tener todos los dólares que necesita la economía no se los otorga a ese sector. De ahí que un carro usado sea más costoso que uno nuevo y que además sean, nuevos o viejos, los más caros de todas las Américas. En su insulsez mental, quienes gobiernan aprueban una ley que lo que hará es reproducir el problema que ya crearon con la vivienda. Desaparecerá la oferta de vehículos y aparecerá un mercado negro con precios exorbitantes. No aprenden que el problema se resuelve con mayor oferta y menos controles que ponga a los actores a competir. Sin hablar de la voracidad fiscal en este sector. El impuesto que paga un comprador es de al menos el 22.5% del precio fijado.
Si una persona va a viajar se encuentra con dificultades que evidencian la existencia de castas. Si tiene tarjeta de crédito con suficiente límite de crédito y capacidad de comprar dólares en el mercado negro, viajará. Caso contrario ni lo piense. Queda el turismo nacional. Pero, no se da abasto y por la alta demanda tiene precios relativamente caros.
Hay docenas de ejemplos que van poniendo en evidencia el empobrecimiento del venezolano. Paradójicamente en momentos en que el barril de petróleo está a más de 100 dólares el barril. Una lupa sobre este asunto encontrará una PDVSA desvencijada, fuera de foco en su negocio fundamental, endeudada y sin capacidad crediticia. Esta clase política, además de empobrecernos como ciudadanos, ha quebrado la principal fuente de recursos del país.
El modelo económico de su incompetencia Jorge Giordani hace agua por todos lados. El gobierno no logra implantar políticas que solucionen este gravísimo asunto. Siguen aplicando la misma receta. Controles, más controles. Restricciones, más restricciones.
El venezolano tiene menos posibilidades que un colombiano, que un ecuatoriano, que un peruano, que un boliviano y cualquier otro ciudadano que quiera seleccionar de nuestra América. Todo en Venezuela pasa por un estado paquidérmico, fofo, incapaz e ineficiente.
La vida del venezolano está limitada. Es difícil. Es preso de un modelo empobrecedor. Una forma de gobernar que tiene como objetivo fundamental el sometimiento de la voluntad de un pueblo que una vez fue soberano y que hoy es mero instrumento de un grupo político que se empeña en su propio enriquecimiento y en mantenerse en el poder a como de lugar.
Si el modelo no cambia y el gobierno no da señales de cambio de rumbo, la conflictividad social seguirá en aumento. El venezolano, tarde o temprano, reaccionará contra este accionar empobrecedor y hambreador de una clase política que no tiene el conocimiento necesario para conducir al país por la senda del desarrollo y es tristemente cautiva de una ideología comprobadamente fracasada como es el comunismo cubano.
A lo largo de mi existencia me ha tocado vivir todas las crisis económicas que ha sufrido Venezuela desde el lúgubre viernes negro que nos sorprendió el 18 de febrero de 1983 hasta la fecha. En realidad, podemos decir que hemos vivido una crisis constante que se debe a la creencia de las clases políticas de que el Estado es lo suficientemente fuerte como para monopolizar el suministro de dólares necesarios para el funcionamiento de una sociedad cada vez más compleja y con más habitantes.
Quienes gobiernan en nombre de la revolución no se han comportado de manera diferente. Hemos sido retrotraídos a los años treinta del siglo veinte. Venezuela es totalmente dependiente del negocio petrolero. Quienes ejercen el poder se emborracharon con los elevados precios del petróleo. Fue de tal magnitud la pea que el nefasto ministro Jorge Giordani llegó a decir que Venezuela tenía todos los dólares que necesita. Esto no lo diría ni por asomo el ministro de finanzas de Brasil o el de Arabia Saudita, con 15 y 40 veces más reservas internacionales que nuestro país respectivamente.
Los nuevos ricos rojos se asumieron más inteligentes y capaces que sus antecesores. Sin poder resolver los problemas que verdaderamente afectan a los venezolanos se hicieron de ocupaciones adicionales como agricultura, supermercados, telefonía, ensamblaje de vehículos, celulares y computadoras, generación y distribución de electricidad. Los resultados están a la vista. No recuerdo un momento de mi vida en el que los venezolanos hayan pasado tanto trabajo como en este momento.
La calidad de vida de los venezolanos se ha venido a pique. Cualquier cosa que una persona común y corriente se proponga es de una dificultad extrema. Cuando se va a un mercado, se enfrentan dos grandes obstáculos. Uno, conseguir lo que se está buscando. La escasez parece ser un problema que regresó para quedarse. Dos, tener dinero para pagar lo que se necesita. El bolívar ha terminado jugando el triste papel de una ficha, tiene el valor de un billetico de monopolio. El deterioro del poder adquisitivo es hoy más evidente que nunca. Cualquier moneda latinoamericana es más fuerte que nuestra divisa.
Si una persona necesita, por la razón que sea, alquilar una vivienda, encontrará una oferta muy escasa y por lo tanto unos precios muy por encima de lo que puede pagar. Ni hablar de comprar una vivienda. Ese mercado fue aniquilado por un gobierno interventor que en su incapacidad no es capaz de evaluar que no debe asumir tareas que al final no podrá cumplir.
Miles de personas peregrinan por ventas de repuestos y chiveras buscando una pieza para su vehículo. El parque automotor venezolano luce vetusto. No hay carros para suplir la demanda. Y no los hay porque el gobierno que dijo tener todos los dólares que necesita la economía no se los otorga a ese sector. De ahí que un carro usado sea más costoso que uno nuevo y que además sean, nuevos o viejos, los más caros de todas las Américas. En su insulsez mental, quienes gobiernan aprueban una ley que lo que hará es reproducir el problema que ya crearon con la vivienda. Desaparecerá la oferta de vehículos y aparecerá un mercado negro con precios exorbitantes. No aprenden que el problema se resuelve con mayor oferta y menos controles que ponga a los actores a competir. Sin hablar de la voracidad fiscal en este sector. El impuesto que paga un comprador es de al menos el 22.5% del precio fijado.
Si una persona va a viajar se encuentra con dificultades que evidencian la existencia de castas. Si tiene tarjeta de crédito con suficiente límite de crédito y capacidad de comprar dólares en el mercado negro, viajará. Caso contrario ni lo piense. Queda el turismo nacional. Pero, no se da abasto y por la alta demanda tiene precios relativamente caros.
Hay docenas de ejemplos que van poniendo en evidencia el empobrecimiento del venezolano. Paradójicamente en momentos en que el barril de petróleo está a más de 100 dólares el barril. Una lupa sobre este asunto encontrará una PDVSA desvencijada, fuera de foco en su negocio fundamental, endeudada y sin capacidad crediticia. Esta clase política, además de empobrecernos como ciudadanos, ha quebrado la principal fuente de recursos del país.
El modelo económico de su incompetencia Jorge Giordani hace agua por todos lados. El gobierno no logra implantar políticas que solucionen este gravísimo asunto. Siguen aplicando la misma receta. Controles, más controles. Restricciones, más restricciones.
El venezolano tiene menos posibilidades que un colombiano, que un ecuatoriano, que un peruano, que un boliviano y cualquier otro ciudadano que quiera seleccionar de nuestra América. Todo en Venezuela pasa por un estado paquidérmico, fofo, incapaz e ineficiente.
La vida del venezolano está limitada. Es difícil. Es preso de un modelo empobrecedor. Una forma de gobernar que tiene como objetivo fundamental el sometimiento de la voluntad de un pueblo que una vez fue soberano y que hoy es mero instrumento de un grupo político que se empeña en su propio enriquecimiento y en mantenerse en el poder a como de lugar.
Si el modelo no cambia y el gobierno no da señales de cambio de rumbo, la conflictividad social seguirá en aumento. El venezolano, tarde o temprano, reaccionará contra este accionar empobrecedor y hambreador de una clase política que no tiene el conocimiento necesario para conducir al país por la senda del desarrollo y es tristemente cautiva de una ideología comprobadamente fracasada como es el comunismo cubano.